El 14 de noviembre de 2016, un terremoto ocurrido en Nueva Zelanda magnitud 7.8 afectó las localidades de Kaikoura y la región de Marlborough, en el noreste de la Isla Sur, y en menor medida a la capital neozelandesa, Wellington, en la Isla Norte. Adicionalmente provocó una alerta de tsunami que obligó a la evacuación de la zona costera. Hubo pequeños tsunamis afectando a la Isla Sur. El terremoto causó deslizamientos de tierra sobre carreteras y generó daños a edificios e infraestructuras, le siguieron casi 400 réplicas, entre ellas una de magnitud 6,5 y otra de 6,2 magnitud. Tal fue la fuerza del terremoto, que se conoce con el nombre de Kaikoura, que rompió una franja de territorio de casi 200 km de largo.
Enormes bloques de rocas fueron empujados hacia arriba. En algunos lugares se elevaron hasta 8 metros. El sismo provocó desprendimientos de tierras, tsunamis y cientos de réplicas.
Según un estudio publicado en Geophysical Research Letters la investigadora Sigrún Hreinsdóttir, ha dicho que el terremoto de Kaikoura, provocó una ruptura en la corteza que favoreció que los movimientos tectónicos desplazaran las islas. De esta forma, el Cabo Campbell, situado el norte de la Isla Sur, se acercó 35 centímetros a la ciudad de Wellington, que se encuentra al sur de la Isla Norte –aunque la distancia que separa a ambas islas es de 50 kilómetros–. Además, la ciudad de Nelson, en la Isla Sur, se ha hundido unos 20 milímetros.
El terremoto de Kaikoura se produjo en una zona de transición entre dos regiones geológicas, cerca de la ciudad del mismo nombre que se sitúa en la isla meridional. Su fuerza y posición le permitió romper más de una docena de líneas de falla en la región.
Hreinsdóttir investigó la profundidad de dichas rupturas, y si estas llegaron o no a la línea de subducción. Este detalle puede parecer insignificante pero, según este investigador, es clave. La profundidad de estas fracturas es la que determinará que Nueva Zelanda sufra terremotos especialmente grandes en el futuro o no. El grupo de trabajo, recogerá datos de la zona en 2020, para tratar de monitorizar los progresos de las masas terrestres.
Hreinsdóttir ha hecho hincapié en la importancia de seguir la evolución de esta región para tratar de averiguar qué movimientos se originan en la corteza superior o en las profundidades, en la zona de subducción. De esta forma, sabrán si los futuros temblores aumentarán la presión en las fallas contiguas, incrementando la probabilidad de que se produzca un gran terremoto o si harán lo contrario.
Nueva Zelanda se asienta en la falla entre las placas tectónicas del Pacífico y Oceanía y registra miles de terremotos cada año, de los que entre 100 y 150 tienen la suficiente potencia como para ser percibidos.
El 22 de febrero de 2011, al menos 185 personas murieron en un seísmo de magnitud 6,3 que sacudió la ciudad de Christchurch, en la Isla Sur, y causó daños en 30.000 edificios.